lunes, 22 de junio de 2009

Las calles de mi pueblo.

Por las lentas calles de mi pueblo
se oyen cercanas las voces lejanas
transitando hacia el sendero
con la densa luz de las mañanas.

Si pudiera acaso conseguirlas
con su sentimiento más profundo
y sobre el alba esparcirlas
en el nido sordo de este mundo.

Son la tenue espiga florecida
en que sonríe el surco abierto
la mansa alegría ennoblecida
del que ha sembrado con el viento.

Por las calles vivas de mi pueblo
la dulce maternidad generosa
ha esparcido niños sueltos
cuan pétalos leves de una rosa.

Y son calles de allá más lejos
con una bandera de horizonte
como tibia lágrima del suelo
que suelta en alud la flor del monte.

Son calles que entonan a la vida
el canto de la existencia del hombre
donde la franja perdida
traduce ¡Argentina! por nombre.

Niño panadero.

¿Adónde irás a estas horas
por las calles sin cariño?
Aroma de pan que dora
en su cima el tacto de un niño.

Por un estrecho sendero
camina tu sabiduría
que a sonrisa de horno viajero
obedece la paz del día.

Niño dulce de mi tierra
de calles de pan y llovizna,
de flor silvestre que encierra
juegos de niño en la esquina.

De soldado a panadero
de héroe a guardián de hermanos
distraerte suele el sueño
aprisionado en tus manos.

Juegas solo y escondido
a que eres un padre pequeño
mientras el mundo dormido
vendió su voz por un sueño.

No oye tu voz que se aleja
de las calles por el lienzo
no ve a la Vida que deja
detrás de ti ....¡gran silencio!

Nostalgia.

Mi corazón es pequeño
para tan grande nostalgia
desbordando al hondo ceño
en que cobijas mi alma.

Del cielo azul con sus nubes
en una brisa lejana
Por donde ardiente sube
en cendal, la lluviarada.

Donde estallan rebenques
sobre un río sagrado
centellas de cielo agreste
que son del hombre callado.

Nostalgia de las casitas
de las tacuaras con barro
donde el tibio sol incita
al sueño de los guijarros.

Nostalgia de tu chamamé
que invita a gritar en vano
de las risas, el avañeé
y el mate entre paisanos.

De chivatos en coronas
en caminos tan lejanos
del relinchar de las lloronas
en mestizos pies descalzos.

Mi corazón es pequeño
y está ahí hermanado
con atmósfera de tu ceño
en tu mapa recostado.

Caminos tenues.

Hay caminos en el agua
plumaje de leves garzas
encuentro de los tuyangos
en la neblina de tu alma.
Hay un camino abierto
que parece azorar la calma
hay un murmullo a plantas,
y hay en el río nostalgia.
¿Hacia donde nos dirigimos?
hacia la tarde naranja
donde la fiesta de los pájaros
habita entre las aguas,
donde soporta el silencio
la somnolienta cigarra,
Donde duerme en la ribera
La espuma hueca y blanda,
Donde estremecen remansos
Al cielo acuoso que pasa.
Pero aquí me llamas…
y el crepúsculo narra
el encuentro en la distancia,
y hay caracoles de plata
que se llevan a esta tarde
cuando cae sola en picada
y son tenues los caminos
que dejamos en el agua,
y mi nombre queda en tu voz,
en sus orejas de nácar.

Poriahú

Hay silencio en el día
canta el sol y la chicharra
y entre extensos senderos
andan los dueños del alba.
Entre terrones de barro
prolijo techo de paja
y abandonada en los montes
sobre la flor de una rama
despierta en ellos la vida
con calidez de una infancia;
lapacho que sueña al viento
con ser el cielo que pasa
entre nubes coloridas
blancas, celestes y blancas.
Son criollos guaraníes
antiguos gauchos a usanza
seguidores de las voces
más antiguas de su raza
que despiden a la tarde,
lumbre lejana que estalla
con silbido sobre el trote
y sapukay que acompaña,
que reciben a la noche
con luz de candil en lata
duermen con manto de luna
hecho de estrellas de plata.
Los nombramos poriahú
que matean madrugadas,
con silencio reflexivo,
yerba espumosa del alba
y de sol usan un poncho
con ribetes de esperanza.


Lidia Beatriz Godoy de Domínguez: Nació un 25 de Septiembre de 1965 en la Ciudad de Alvear, Corrientes, Argentina. Actualmente reside en Rosario, Provincia de Santa Fe. Ha expuesto poemas inspirados en óleos de su esposo, en diversos salones de Argentina, Brasil y España. Con sus versos sigue caminando su pueblo natal y quiere decir o contar, con orgullo ancestral, que es correntina. Estos poemas fueron extraídos de Antologías de Publicaciones Altair de Argentina.

Isaco en su pueblo

De estos murmullos
su música fue las alas
y después el vuelo.

Lo acallaron
bailantas y melancolías
y porque Caraí Octubre
se encompadró con el silencio.

Pero cómo nos pondremos
cuando salgan tantas calandrias
del camposanto…

Coplas de mostrarme

Mi madre fue una espiga
que, doblada hacia la tierra,
se empecinó contra el viento
para que yo naciera.

Mi padre, el hierro en cruz
forjado para que alguna
piadosa mano lo hincara
sobre una sepultura.

Mi cuna, algo de verde
y algo de azul apretados
entre un cauce y un camino
como ninguno de largo.

Con agua y aceite -cuentan-
mi frente enseguida ungieron.Vanamente, si ya traía
bajo la piel este fuego.

De mi niñez, la memoria
en un nombre me devuelve
al abuelo de las fábulas
y al amigo de juguetes.

Jesús se llamaban ambos.
Uno murió en su lecho.
Del otro me apartarían
pues debía seguir creciendo.

Anduve la adolescencia
pensando que yo era el tiempo.
Al tiempo entendí después
y desde entonces me pienso.

Y esto es todo cuanto soy:
una pausa de la nada
que intento justificar
acomodando palabras.

Tres menos diez

Ay ese tren por la madrugada…
Ay ese tren
perseguidor de luceros
que a veces toca nuestros sueños
con su lamento largo…
Nunca sabrá
que este pueblo que no vale un alto
se puede morir de pena
por sus adioses.

Quemas

Cuentan
que por las quemas nocturnas
andan los cuatreros
que se cobró la llanura.
Cuentan
que en desbocados caballos
que relinchan chispas
y con espuelas al rojo
y ponchos de llamaradas.
que en vano rezan por ellos
las abuelas sabias
pues ellos resucitan siempre
con las víboras del incendio.

Siriríes

De pronto
los siriríes parten
arrancando luminosamente
el celaje rosa del bañado.
Límpido se expande su clamoreo
en la casi insonora música
en que se demora el día.
Un puñado de sí misma
que la vida arroja
para no morirse
de tanta paz.

Clase de música

Zapatos heridos,
zapatos cansados
por todos lados.

Con la luz amarilla
muy a gusto en su calva
Don Luis martilla.

Entre los labios,
chalita olvidada.
Brillante de música
la mirada.

Y en su torno,
atormentando guitarras,
la gurisada.

(Inmensurable sueño
que se porfía
a las desdichadas cuerdas:
artistas de nombradía.

Inmensurable, tanto
como el amor primero
y sus quebrantos,

como el primer cigarrillo,
como sentir pantalones
en los tobillos).

Los golpes cesan.
El maestro, con una seña,
pide guitarra
y hecho el silencio, enseña.

Y al rato
Él otra vez al zapato
y otra vez el concierto
que es un desconcierto.

Don Luis, zapatero,
maestro músico
por ningún dinero

con el martillo componía
quién sabe qué melodías.

Los magos

Cuando los nidos proclaman
toda su fiesta
llegan los magos de las chacras
en sus carritos
(fatigada conversación
de hierro y madera y pedregal),
en sus meditabundas cabalgaduras,
con sus potrillos y sus cuzcos.

Concienzudamente —como buenos magos—
embelesan a las patronas:
un zapallo, la verdura, las naranjas,
la leche, la miel, los quesos…
La vida en sus formas perfectas
y sus colores plenos.

Se marchan a eso de las diez.
Sin un aplauso.
Y quizá les debemos el día nuevo.

Cine Centenario

Tal vez hoy, sábado y agosto,
aquellos cow-boys con sus indios,
aquellos gladiadores,
los chaplines, los monstruos, los piratas,
las muy prohibidas rubias (conquistadas
con dos monedas más
y la distracción del portero Fosforito
para luego, bien a solas,
amarlas como nunca volveríamos a amar)

todavía lleguen todos juntos
hasta esas puertas clausuradas
con algo de párpados exhaustos

y luego de colgar el altavoz
anuncien:

¡Damas y caballeros!
¡También el olvido
fue un truco solamente!
¡Otra vez esta noche gran función!

Viudas

Brazo con brazo y murmurando
van a la oración.
A su paso se marchita la tarde.
Todo lo tiñen
sus oscuros vestidos.
Todo lo tiñe
la sombra de sus mejillas.

Huyen los pájaros,
el canto de las chicharras,
los besos que esperan
a las muchachas hermosas,
las ilusiones de las muchachas,
las risas de los gurises…
Y ellas, como si nada,
confiadas en su dignidad
y sus rosarios.

Quién
con esa antigua campana
pudiera convocarlas al fuego
de sus insomnios inconfesables.

Luna y don Taca

Desde el monte, gigantesca y llena
la luna se alza
impartiendo todo su hechizo
al sueño hondo del campo
y enloqueciendo
a las perradas.

Del boliche, con sus cuzcos,
judeado por tres jornales
de caña, viene don Taca.
Y de repente,
en ladridos el mundo estalla.

El viejo se vuelve y grita
sus peores palabras.

Y después
por el sendero se pierde
don Taca con su comparsa
de perros
y detrás la luna
rodando pequeñita y pálida.

Potros

Surgen como del sol que surge,
con un retumbo.
Traen una larga nube de oro
y en su galope incontenible
parecen querer beberse
todos los perfumes del aire.
Son ángeles.
Yo sé que son ángeles
que se cayeron
al romperse la noche.
Desalados ángeles
alucinados
tras su eternidad perdida.

José Gabriel Ceballos: Escritor alvearense, nacido en 1955. Reside en nuestra localidad. Con una vasta obra literaria, la cual incluye una copiosa poesía, género que solamente publicó en su primera juventud. Se lo conoce más por su narrativa. Tiene una decena de libros de cuentos y dos novelas, editados en Argentina, Costa Rica, México, Brasil y España. Entre sus premios principales: EDUCA (Costa Rica), Alberto Lista (Sevilla, España) y Ciudad de Alcalá (España). Es abogado y productor rural.

Imaginando al abuelo

Me parece que le veo allí sentado,
junto al fuego, con su mate compañero,
hilvanando los recuerdos del pasado,
encorvado, con sus casi cien eneros.

En la lengua de las llamas va su historia,
envolviéndose el humo en remolinos,
y esa brasa que se enciende en su memoria
repartiendo la ceniza en los caminos.

En su rostro lleva surcos y las huellas,
de los años que dejo en las arroceras,
cuando en frías madrugadas las estrellas,
alumbraban el vaivén de su taipera.

Es su mente un aletear de mariposas,
su mirada una neblina transparente,
y en sus manos lastimadas, temblorosas,
va apretando tantas cosas, hoy ausentes.

La costumbre de sentarse junto al fuego,
saboreando un mate amargo bien cebado,
un banquito de madera y el pelego,
y sus dedos apretando un chala armado.

En su tiempo tuvo calchas y buen flete,
y en el vuelo se abrazaba a la paloma,
hoy no queda ni siquiera el caballete,
solo el eco de un relincho, allá, en la loma.

En sus ojos no se ven más alegrías,
los paisajes ya no tienen más colores,
y se pierde en esa senda tan vacía
masticando los amargos sinsabores.

Solamente puedo estar imaginando
al silencio de la noche y el desvelo,
la figura que hace mucho está faltando,
esa imagen, la presencia del “abuelo”.

Ocho vidas por las aguas

Hay fantasmas en las noches silenciosas,
mezclan piel de yarará y yaguareté,
y en el río, por las sendas correntosas,
va muriendo lentamente un chamamé.
Cada giro del remanso es una fiesta,
cada ola es una nota en su vaivén,
el silbido del pombero en la floresta
lleva el eco por un cauce sin edén.
Los cantores, musiqueros y chóferes,
sorprendidos por el trágico final,
dominados por la fuerza de poderes
que venían con el fin de hacer el mal.
Ese río que ha llevado la esperanza,
bruscamente con la más mala intención,
sepultando la alegría y la bonanza,
y una alforja rebosando inspiración.
Cuantas cosas han quedado sumergidas,
cuantos sueños esperando realidad,
realidad que se ha llevado ocho vidas,
que jamás han merecido esta crueldad.
Ocho vidas que en el mes de primavera,
con acordes de acordeón y mbaracá,
van creciendo florecientes a la vera
del feroz y caudaloso Paraná.
Ocho almas que reflejan nubes blancas
recorriendo nuestro cielo guaraní,
y que enlutan con pasar a las barrancas,
deteniéndose en un vuelo colibrí.
Ese vuelo que no puede tener copias,
que tan solo el picaflor lo puede hacer,
también ellos criaron sus propias alas,
y volaron por el mundo sin volver.
Hoy volcamos el dolor en la palabra,
y con ella nos queremos desahogar,
repudiando esa obra tan macabra,
que nos parte el corazón al recordar.
En la mente se nos viene el río en calma
y pensamos lo que dice el Paí Julián,
estas flores que tiramos son del alma,
para almas que ya nunca volverán.

Este es mi pueblo

Este es mi pueblo, amigos míos,
yo les invito vengan a ver,
las maravillas de nuestros ríos,
al claro hermoso de amanecer.

Aves silvestres en la floresta
traen mensajes en su cantar,
y con sus trinos forman la orquesta
más afinada de mi Alvear.

Montes, picadas, lagos y esteros,
juncos, pajales, sarandisal,
y en abanico de pasajeros,
se cubre el cielo en blanco garzal.

Este es mi pueblo jardín de flores,
plazas radiantes, bella mujer,
por sus encantos y sus primores,
si usted se aleja, querrá volver.

Este es mi pueblo donde el paisano
tiene firmeza de ñandubay,
y el “a buen tiempo, siéntese hermano”
es popular como el sapukay.

Aquí los frutos tienen dulzura
incomparables cuál dulce miel,
todo es belleza, todo es natura,
este es mi pueblo, bello vergel.

Nuestra patrona Virgen María
riega este suelo de bendición,
y nos transmite paz y armonía,
amor fraterno, fuerza y unión.

Este es mi pueblo al que quiero tanto
es el pueblito de la amistad,
de la leyenda, poesía y canto,
Alvear, Corrientes, bella heredad.

Camino largo

Camino largo de mis trajines,
cuantas nostalgias me vienen hoy,
después de andar por otros confines,
de nuevo vuelvo y contigo estoy.
Camino largo de mis andanzas,
desde aquel día que me aleje,
deje en tus huellas mis esperanzas,
pero en el alma yo te llevé.
Y aquel eterno testigo queda,
un viento norte que nos sopló,
y en remolino de polvareda
en un abrazo, nos envolvió.
Camino largo, camino amado,
con vos me siento el mismo gurí
que por tus sendas ha transitado,
desde el poblado al Aguapey.
En el silencio te estás quedando,
por muchas cosas ya no están,
pero te adornan revoloteando
aves que vienen, y otras que van.
Como diciendo con dulces trinos
que solo nunca te quedarás,
y sigues siendo el mismo camino,
aquel que fuiste y siempre serás.
Camino largo te veo callado
por eso siento la obligación,
de transitar por aquel pasado,
tiempo prendado a mi corazón.
Y al despedirme camino mío
solo un deseo le pido a Dios,
en las barrancas del viejo río,
donde tú mueres, morir con vos.

La marcha del pescador

En un vaivén el bote va
cortando aguas, río adentro se internó,
un giro acá, un giro allá,
el pescador sus aparejos, recorrió.
Tanto sufrir, tanto esperar
por un dorado o surubí, pensando está,
y cuantas veces la esperanza muere allí,
si el Uruguay y el Aguapey,
solo le dan pirá yaguá;
muy preocupado por la triste situación,
y destrozado el corazón,
a su ranchada llegará.

Triste mirar trae al volver,
solo el clarear de amanecer,
que le recuerda, que está pobre la ranchada,
que en despensa ya no hay nada,
todo, todo, terminó.
Por su cabeza pasan cosas mientras rema,
y en sus labios quema y quema,
ese pucho que encendió.

De nuevo va el pescador,
va masticando la amargura de la hiel,
pero no hay más descarnador,
hay buena pesca en su red y en su espinel.
El sol salió y el resplandor
marca su rostro con dibujos de placer
porque los ríos le han dado, hoy otra vez,
esa riqueza de su pez,
y su alma siente renacer
y sobre su hombro va cargando el peso bruto,
pero sabe, que es el fruto
de este nuevo amanecer.

Gracias a Dios, gracias Señor,
se oye la voz del pescador,
porque la pesca, le da vida y el sustento
de pasar buenos momentos,
y aguantar los de rigor.
Así es la marcha del que abraza este oficio,
de constancia y sacrificio,
como lo es el pescador.

Viejo ceibo

Pocas ramas te florecen,
y qué viejo te encontrás,
los recuerdos reverdecen,
pero siento que te vas.
Con vos tuve mis amores,
fuiste sombra y protección,
ese tiempo que tus flores
eran rojas de pasión.
Viejo ceibo carcomido,
confidente de mi amor,
el refugio, dulce nido,
de calandria y picaflor.
Ya no están más los jilgueros,
cardenales ni sabía,
y no cantan los horneros
solo zumba el mamangá.
Hoy, tan débil tus raíces,
sin un viento deshojas,
y la ronda de gurises
son recuerdos, nada más.
Fiel amigo de mateadas,
cofrecito de ilusión,
por tus ramas desojadas,
se enfermo mi corazón.
Ya no puedo verte lejos,
este espacio es de los dos,
porque estoy quedando viejo
y carcomido, como vos.
Sin querer nos vamos yendo,
abrazados al dolor,
otro tiempo esta viniendo,
yo sin fuerza y vos sin flor.


Mario Hugo Trindades: Sus versos muestran de manera sencilla y formidable el alma de un paisaje…de todo un pueblo. De diversas actividades debemos decir que es pequeño productor rural y poeta popular. Sus publicaciones son de edición privada. Reside en Alvear y sigue escribiendo “por bendición de Dios” como le gusta decir.

Añorando

Añoro las horas
de estar en mi pueblo,
mirar sus bellezas
en tardes de sol;
sentir cuando cantan
zorzales y horneros;
sentir el perfume
de rosas en flor….

Mirar en sus noches,
minadas de estrellas
su cielo precioso,
morada de Dios;
su luna plateada
mecerse en su seno,
besando en la frente
al reloj de sol…

Sentir el murmullo
de las aguas inquietas,
que pasan humildes,
por el Río Uruguay,
llevando mensaje
de paz y trabajo,
de dicha y concordia,
de amor sin igual…

Sentir a lo lejos
romántico acorde
de alguna guitarra
o un acordeón:
un joven que canta,
con mucha dulzura,
a su linda niña:
¡Primer gran amor!

Y de nuevo el día,
ver cuando asoma
los rayos fecundos
del placido sol;
sentir cunado cantan
zorzales y horneros;
sentir el perfume
de rosas en flor…

Gratitud (a la memoria de Mamerto Acuña y Miguel Sussini)

Contarles, quisiera,
mis hijos queridos,
una linda historia
que tuvo Alvear.
Hacen muchos años
(a mi me contaron,
yo no había nacido,
pero fue verdad),
Habían dos niños,
de ricas familias,
uno era “Mamerto”
y el otro “Miguel”,
que mirando estrellas,
soñaban despiertos,
tener al mañana
por bajo la piel…

Entonces, la escuela,
“llegaba hasta cuarto”.
razones de medios,
distancia tal vez,
hacía que todos
quedaran en eso;
más, ellos, soñaban
ampliar su saber.
Montando caballos,
dejaron el pueblo;
cruzaron arroyos,
detrás de esa a afán,
y un día se vieron
en otros contornos,
con gente distinta,
en la gran ciudad.

Más nada detuvo,
al uno y al otro.
Redoblando esfuerzos,
multiplicándose,
subieron peldaños,
vencieron mil vallas
y nunca flaquearon
o restaron fe;
sumaron deseos,
de nuevas conquistas
y siempre estudiando
se los conoció,
hasta que un día,
volvieron al pueblo,
orladas sus frentes,
doctores, los dos.

Y fueron puntales
de la medicina;
con estoico empeño
y amor a granel,
aliviaron males,
prolongaron vidas
y siempre en silencio,
“Mamerto y Miguel”.
El prójimo tuvo
en ellos, por suerte!,
de bálsamo eterno,
constante atención,
por eso les pido,
mis hijos queridos,
veneren sus nombres
y rueguen a Dios.

Cesar R. Telechea. (poeta alvearense): Extraído de periódico alvearense “Impacto” del 04/12/1985. Escrito en el año 1983. Por lo tanto inéditos. Cuenta con varias publicaciones en la Provincia de Corrientes. Uno de los primeros poetas alvearenses publicados.

La dama sin rostro

Anochecer invernal sombrío y triste por el mal tiempo. Llovizna fría con ráfagas de viento sur azotan el antiguo casco de la Estancia “El curupí”, departamento Gral. Alvear, en la Provincia de Corrientes. Las luces de la ciudad brasileña de Itaquí, se proyectan en el cielo sur, reflejadas por la lluvia.
El traqueteo arrítmico de un postigo que se agita en cada ráfaga agrega una nota especial al escenario solitario del lugar. Animales y personas se refugiaron temprano en sus lugares de descanso. Solo el golpeteo de la lluvia sobre los techos, rompe la quietud de este magnifico lugar rodeado de imponentes y añosos árboles.
Victoriano vive allí. Ha transcurrido más de cinco décadas de su existencia en esa estancia. Ama ese lugar como ninguno. Disfruta de cada momento que puede compartir con su familia en la antigua casona. En ocasiones, cuando su esposa debe quedar en el pueblo, ocupa como dormitorio la planta baja de una torre de cuatro pisos que culmina en un mirador.
Esta vez estaba solo. Luego de verificar que todo estaba en orden en el antiguo casco, se retira a descansar. Por las dudas, siempre cierra la puerta con trancas por dentro. Es por seguridad.
Se duerme en seguida, luego de un día de campo agotador. De pronto, tras dormir por un lapso difícil de precisar, se despierta con un chirrido que lo sobresalta. Conoce ese particular ruido. Son los goznes oxidados de la puerta principal. Como se usa poco esa habitación, la falta de lubricación hace que el roce del metal produzca ese chirrido. ¡Otra vez se ha olvidado de lubricarlos!
Todavía acostado, percibe algo que lo desconcierta: las dos hojas de la puerta se abren, el viento frío se cuela y la lluvia salpica. No lo puede creer, estaba seguro de haber colocado las trancas. Desde afuera era imposible que la abrieran estando con las trancas colocadas. Pero allí estaban: abiertas de par en par.
Trata de incorporarse para ir a cerrarla cuando sus pensamientos y movimientos quedan congelados por lo que ve: una silueta luminiscente de una mujer que se desliza desde el parque hacia la puerta abierta. Ella no camina. Simplemente se mueve elevada unos veinte centímetros del suelo. Algo más brilloso sostiene en su mano derecha. Se dirige hacia la escalera que lleva a las habitaciones superiores. El pálido reflejo de ese objeto luminiscente más el reflejo de los relámpagos que iluminan de tanto en tanto la noche, no son suficientes para distinguir el rostro de ese ser envuelto en una especie de manta o capucha.
Victoriano no consigue reaccionar. Nada. Ni un grito logra salir de su garganta. Ni una actitud defensiva. Solo la ve deslizarse y el terror se instala en su mente. Sabe que está frente a “La dama sin rostro”.
La figura se pierde al pie de la escalera. Pero, ¿Quién es esa dama? Se cuenta que hace muchos años, un matrimonio venido del sur compró esa estancia. El dueño, hombre autoritario y muy celoso, en un episodio de presunta infidelidad de su esposa, furioso, la encierra en el último cuarto de la torre con su perro. Ordena clausurar puertas y ventanas. Otra terrible recomendación a los criados: no llevar agua ni alimentos a ese lugar.
Al poco tiempo el hombre desaparece de la estancia, enterándose después los peones que la había vendido a los tatarabuelos de Victoriano. Los nuevos dueños toman cuenta de la inmensa propiedad, llamando la atención la enorme torre clausurada. Preguntan al personal por qué estaba cerrada y qué se guardaba allí.
Los peones no querían hablar. Tenían miedo. Miedos de todas clases. Hasta que finalmente, en rondas de troperos que hacían noche allí, comenzó a filtrarse la historia.
Los tatarabuelos de Victoriano ordenan abrir la torre. Todos estaban preparados para presenciar un macabro hallazgo. Las puertas y ventanas del altillo estaban selladas como se ordenó hacerlo en aquel momento. Nadie las había abierto en todos esos largos años. A pesar de ello, nada encontraron. Solo la terrible soledad de un cuarto abandonado por muchos años. “La dama sin rostro” y su perro habían desaparecido sin dejar rastros.
Hoy, su inquietante presencia, suele vagabundear por la casa haciéndose visible a los dueños en algunas ocasiones. Pero también recorre los alrededores, sorprendiendo a pescadores en el Río Uruguay y haciéndose ver ante conductores que transitan por la ruta nacional.



Maestra del Primer Mundo

El sol ardiente de fines de noviembre cae como un manto de fuego sobre el paisaje correntino. Avanza el mediodía. No hay brisa. No se mueve ninguna hoja. Parece un paisaje pintado en nuestra imaginación, salvo por el detalle de la cinta asfáltica de la Ruta Nº14 que serpentea de norte a sur, reverberante, cual oscura y brillante anaconda por la que van y vienen sin pausa miles de vehículos.Estamos a unos pocos kilómetros de los pagos del padre de la patria. Una inmensidad de campo para pastoreo y forestaciones, donde una escuelita primaria, con una pálida bandera ondeando, pone un toque oficial en tanta soledad.Dentro de esa escuelita se desarrolla una increíble historia, difícil de creer en el milenio planetizado. La maestra es la heroína de esta obra. Con ciento ochenta actos, cuyas escenas se desarrollan para un público formado por un puñado de niños del área rural. Ella es Elena… Enseña y los chicos atienden admirados ante tanto saber. Pero también tiene su turno de escuchar. Los problemas personales y hogareños de sus chicos son prolijamente contados a la maestra, quien siempre tiene una palabra para aconsejar u opinar. Los niños del campo, no contaminados por el abuso de la televisión (porque la electricidad no les llega), conservan el maravilloso don de la comunicación: hablan y escuchan.Hoy, sobre la mesita que hace de escritorio de Elena, hay una naranja de ombligo y una flor de mburucuyá que sus chicos le trajeron de regalo.Elena ama la docencia. Esa vocación le lleva a anexar, involuntariamente, otras profesiones. Allí es psicóloga, enfermera de primeros auxilios, cocinera (porque el Ministerio manda paquetes de alimentos deshidratados y hay que prepararlos) y, como si no bastara, es portera. Una cosa es contarlo. Otra desempeñar los cambiantes roles día a día a lo largo del ciclo lectivo.
Hoy Elena se siente realmente cansada. Saca fuerzas adicionales para concluir su tarea pensando en que mañana será el acto de fin de curso y vendrán las vacaciones. Pero no lo que pensamos respecto de vacaciones: ni Mar de Plata, ni Córdoba, ni Brasil. No puede regalarse esos veraneos con su sueldo docente. Simplemente, una vez más, cambiará de roles y habrá de arreglar y acomodar en su casa todo lo que no pudo hacer durante el año y tomar algunos mates con sus familiares y amigos.Vive a cincuenta kilómetros de su escuela. No puede pagarse pasajes en transportes colectivos. Por eso recurre a la práctica de “hacer dedo” para ir a su trabajo y volver de él. La solidaridad de la gente hace el resto para que esté en su escuela de mañana y regrese a su casa al final de la jornada.
Hoy está realmente agotada. Limpio a fondo el local y acomodo los escasos muebles. Quiso dejar todo en condiciones para el acto de mañana. Estarán los padres, quizá el intendente y el jefe de la policía rural.
La hora de la siesta ha intensificado la inmovilidad de paisaje. Se dirige hacía el borde de la ruta para la rutina de siempre. Entre los maricáes, el aire vibra por el ensordecedor canto de las chicharras. Afortunadamente no espera mucho. Un auto que venía a gran velocidad, se detiene muchos metros adelante. Retrocede. Elena está contenta de no tener que esperar bajo el sol caliente. Sube y el conductor retoma su marcha apresurada. La falta de ruido a viento y las ventanillas cerradas por el aire acondicionado, hacen perder la sensación de velocidad que los autos modernos desarrollan.La Ruta Nº 14 es muy transitada. La falta de control de parte de las autoridades del peso de los camiones, hace que se deforme con sus profundas huellas y altas crestas que hay al sortear algunos tramos más que en otros. Quienes no la conocen, tratan de desviarlas de pronto y muchas veces no consiguen hacerlo a tiempo. El conductor del auto que llevaba a Elena, entró en las profundas huellas impactando la parte inferior de su auto. Quiso realizar una maniobra para salir de ellas, lo consigue, pero baja a la banquina. Un brusco movimiento para retomar el asfalto y la puerta del acompañante se habre despidiendo violentamente a Elena que no llevaba puesto el cinturón de seguridad. Su vida se apagó en ese mismo instante. Largas horas permaneció su cuerpo en el lugar hasta que llegara la policía, el juez y el perito. El coro ensordecedor de chicharras despide a la maestra tirada en el fondo de la banquina.No hubo acto en la escuelita al día siguiente. Quedo limpia y adornada esperando una presencia bulliciosa de chicos, padres y maestra que no se produjo.Cuentan los vecinos del lugar que ese verano, muchos conductores que transitaban ese tramo en la Ruta 14, ven a una maestra “haciendo dedo” frente a la escuelita. Quienes conocen la tragedia, hacen el “nombre del padre” y siguen. Quienes no, se detienen y la levantan. Como antes, como siempre. Uno de ellos relata que la levantó e iba sin pronunciar palabra en el lugar del acompañante. Al recorrer ocho kilómetros, sin que se diera cuenta como lo hizo, paso al asiento de atrás. Cuando intenta mirarla, el pánico se apodera del hombre, porque la ve muerta, destrozado su rostro, en una posición contorsionada. El shock hizo perder el control del volante al conductor quien se cae a la banquina y casi vuelca. Otro relato similar lo protagonizó el chofer de un camión que terminó internado y finalmente, perdió la razón.Las historias se repitieron ese verano. Cada tanto uno la ve, inclusive de noche, parada con un guardapolvo blanco. Elena se fue si concluir su obra ese año. Su escuelita la estaba esperando.
Mercedes Esquivel (escritora alvearense).
Trabajo que integra antología “La nueva literatura de habla hispana”, Tomo 6, Editorial Nuevo Ser, Edición año 2005. Seleccionada sobre un total de 1818 autores de mas de 20 países.